LECTURAS | “Luis Miguel: La historia”, de Javier León Herrera

21/04/2018 - 12:03 am

Mañana se estrena Luis Miguel La Serie, a las 10 pm hora México, a través de Netflix para América Latina y España y por Telemundo a las 8 pm en Estados Unidos y Puerto Rico. Posterior al estreno, la serie estará disponible en Netflix cada domingo a partir de las 9 pm hora México. La serie esta basada sobre el libro Luis Mirey, escrito por Javier León Herrera, quien ahora cuenta la historia del cantante más popular de nuestro país.

Ciudad de México, 21 de abril (SinEmbargo).- En este libro impactante y revelador, el notable periodista y escritor bestseller, Javier León Herrera, recorre un camino de dolor, amargura y esperanza para ofrecer la verdad sobre la vida del cantante. Cuenta sucesos intensos de su dura infancia, pasajes conmovedores de su adolescencia marcada por los secretos y los ultrajes familiares, además de los con­flictos terribles que rodean al cantante, al ser humano detrás de los escenarios:

–¿Qué sabemos de su niñez?
–¿Quiénes fueron realmente sus padres, abuelos y tíos?
–¿Qué misterio rodea la desaparición de su madre?
–¿Cómo fue su relación con su padre?

Esta biografía cuya historia ha sido autorizada por el can­tante, recoge opiniones de familia que se valie­ron de la cercanía con el cantante para vivir de su éxito, de personas alejadas del medio artístico que mantuvieron un trato cercano con el inigualable artista en momentos turbu­lentos de su vida y, además, se profundiza en estas páginas en el misterio de Marcela Basteri, madre de Luis Miguel y cuya ausencia en su vida marcó profundamente su carácter.

Fragmento de Luis Miguel: La historia, de Javier León Herrera, publicada con autorización de Aguilar

Luis Miguel, la historia. Foto: Especial

1

Luis mi rey , el inicio de todo

Siempre fue un gran orgullo. Emprendí el que sería mi primer libro allá por el ya lejano mes de enero del año 1996, como emprendo todo en la vida, a pecho descubierto, con buena voluntad, disciplina, trabajo y el talento que Dios me dio. La historia de Luis Miguel fue por momentos mi propia historia. Me permitió conocer nuevos lugares en el mundo y nuevas personas, algunas de ellas se quedaron para siempre; me ocupó más de un año de mi vida, concretamente 14 meses, solamente la investigación; otros tres largos meses dediqué a la escritura, alguno más a la edición y varios a la promoción. Ha dejado un legado desde el punto de vista profesional imperecedero, una historia rigurosa y vigente. Aquella ardua investigación y aquel trabajo han sido la base para la serie autorizada de televisión sobre la vida del cantante, lo cual para mí es, sin dudar, uno de los mayores motivos de orgullo profesional en mi trayectoria.

Más allá de la imagen pública de muchos artistas se esconde la historia de un ser humano. A veces, como el caso que nos ocupa, es una historia dramática, una historia que tuvo que pasar por medios dantescos para lograr el fin de la riqueza y la fama, incluso sin que el protagonista tuviera poder de decisión sobre los acontecimientos, pues cuando se fraguó el prólogo de esta carrera nuestro personaje apenas era un niño. La oscuridad de algunos episodios provocó una personalidad opaca, inestable emocionalmente, dada a los excesos y las excentricidades, e irremediablemente abocada a sucesos polémicos como los que el artista ha protagonizado en los últimos tiempos. El objetivo es mostrar ese drama humano que enlaza episodios familiares tremendos, transcurriendo de modo paralelo, y la leyenda que se ha forjado en torno al ídolo.

Exactamente 21 años después de aquel arranque, y 20 de la publicación, luego ya de otros 10 libros publicados que sucedieron a mi ópera prima, la historia apasionante de Luis Miguel vuelve a llenar mi papel en blanco para convertirse en mi duodécimo libro. Esta nueva biografía del intérprete de “La Incondicional” era un proyecto pendiente que muchas veces habíamos hablado con mi colega y amigo Juan Manuel Navarro, un periodista de pura raza y mejor persona, al que precisamente conocí a raíz del trabajo de campo de Luis mi rey, punto de partida de una larga amistad que también ha dado frutos profesionales, primero en mis colaboraciones en el grupo Reforma, donde él trabajaba allá por los últimos años del pasado siglo XX, y más recientemente con Adiós eterno, el libro que firmamos juntos sobre los últimos días del Divo de Juárez, publicado por Editorial Aguilar, de Penguin Random House.

Ya en aquel primer libro, publicado en 1997, quise hacer una mención especial para Juan Manuel, hoy día corresponsal de Televisa Espectáculos en Los Ángeles desde hace 17 años, amén de otros desempeños profesionales siempre relacionados con el periodismo de espectáculos allá en California, con un prestigio y credibilidad fuera de toda duda. En esta segunda parte su crédito es mucho más pertinente todavía por su valiosa colaboración, pues suyo es fundamentalmente el seguimiento y la información generada por el artista en las dos últimas décadas.

En nuestras pláticas habíamos apuntado al medio siglo de vida del cantante como posible horizonte de esta nueva entrega. No quedaba, de hecho, muy lejos la cosa, en abril de 2020 cumplirá 50 años, pero el destino hizo que nos adelantáramos un poco. Ese destino empezó a actuar a finales del año 2016, concretamente en el mes de octubre. Estaba en una comida de trabajo en un restaurante de Bogotá cuando recibí una llamada vía messenger de Juan Manuel. Me dijo que había cierto rumor sobre una posible serie o película sobre la vida del intérprete de “No sé tú”. En aquel momento eran sólo rumores pero su instinto le decía que eran mucho más que eso y que sería conveniente repasar la historia y estar preparados por dos cosas, primera, por la posibilidad de que pudieran buscarme como asesor en mi calidad de biógrafo, y segundo, porque de ser así sería el momento de afrontar una especie de remake actualizado de la apasionante historia de Luis Miguel.

El instinto de mi colega no iba nada desencaminado. Gracias al trabajo de investigación que en su día plasmé en mi libro Luis mi rey, a principios de 2017 fui requerido como asesor para la serie producida por Gato Grande/MGM, división de la célebre Metro Goldwing Mayer para contenido en español. Aquel libro volvió a cobrar plena actualidad. El propio protagonista que le da vida en la pequeña pantalla, el actor Diego Boneta, publicó una foto en las redes sociales con un ejemplar.

Como dije al principio, como escritor fue una gran alegría, y esa coyuntura adelantó el remake de aquella obra, con la historia contada de otra manera y contextualizando cuando es necesario, pues no hay que olvidar que han transcurrido dos décadas desde su publicación. Me parece bueno recordar para empezar cómo empezó todo.

***

El título Luis mi rey nació al segundo mes de haber emprendido la investigación, a bordo de un tren Barcelona—Milán, mientras contemplaba el paisaje por una ventanilla camino de Massa-Carrara, Italia, para entrevistarme con la familia italiana de Luis Miguel. Minutos antes estuve repasando alguna de la documentación que había recopilado y que siempre aprovechaba para revisar en los aviones o en este caso en el tren Talgo. Leyendo detenidamente la crónica de un concierto suyo en México, me di cuenta que el periodista recogía los gritos de las fans enardecidas, que al unísono coreaban a su ídolo: “¡Luis mi rey, Luis mi rey, Luis mi rey…!” Como casi siempre que encuentras el título ideal de tu libro, el flechazo fue instantáneo. El grito se repitió en el Luna Park de Buenos Aires, tras la muerte de su padre. Hace poco supe, aunque francamente no sé si tiene algo que ver con la popularidad que el libro adquirió en México, que no mucho después de la publicación de mi libro se originó una palabra casi calcada, el mirrey, para definir a una especie de tribu urbana de élite que se convirtió en todo un fenómeno social y que se extendió en la jerga popular mexicana a principios del siglo XXI, denotando un determinado perfil de individuo del que suelen ser Micky y algunos de sus amigos de infancia, como Roberto Palazuelos, su paradigma. En cualquier caso no dejaría de ser una mera anécdota filológica.

Luis mi rey se gesta en diciembre del año 1995, aunque el golpe del destino se remonta a septiembre del año anterior, cuando hice mi primer viaje a México, un viaje de placer junto a mi querido colega y amigo, el periodista español Juan Luis Galiacho, que nos llevó de Guanajuato a Oaxaca y Puerto Escondido, pasando por Huatulco, partiendo de Ciudad de México y de la excelente hospitalidad de un amigo de la infancia de mi madre y periodista de renombre, Manuel Rodríguez Mora, entonces director de la Agencia Efe en México, a quien ya antes le debía mi paso profesional por la ciudad de Roma, en Italia en 1991, y al que estaré eternamente agradecido por la influencia positiva que tuvo en el desempeño de mi carrera y de mi “alma inquieta”, como él me bautizó en parecida expresión del acervo popular manchego.

Por increíble que parezca, no hicimos ni una sola fotografía en todo el viaje, Galiacho puede dar fe de ello, así como Carolina Fuentes, una gran amiga a la que conocí en el Hard Rock de Polanco en aquellos días, actualmente en un cargo de responsabilidad del Gobierno mexicano en Corea del Sur, quien me dijo en aquel primer encuentro que los artistas que más se escuchaban en su país eran Luis Miguel y un grupo que daba sus primeros pasos con gran éxito entre la juventud mexicana, del que me regaló una canción. Aquel grupo era Maná. Eran otros tiempos, nada de celulares inteligentes, y la cámara convencional compacta que llevaba se estropeó, sin embargo fue tan fuerte el impacto de México y sus gentes que todas las imágenes y las experiencias de aquel viaje se agolparon en mi retina y en mi vida, de tal modo que un año después regresaría a este país procedente de la Florida para dar inicio a una nueva etapa profesional que había decidido enfrentar en mi carrera, tomando a Miami como punto de referencia.

Me fui impactado de la fuerza de Luis Miguel en América Latina, de hecho yo había empezado a aficionarme con más vigor a su música tras mi primer viaje a la República Dominicana, en julio de 1994, donde sí sonaba mucho en las estaciones románticas. Cuatro años antes, un viejo amigo americano con el que coincidí en el Mundial de Italia me regaló un disco suyo, tras una conversación en la que le confesé mi gusto por la canción melódica romántica italiana. En una época en la que no existía internet, quien no sonaba en la radio o no aparecía en la televisión no existía, así que tuve que esperar a una inolvidable velada en el hotel Jaragua de Santo Domingo para comprobar que el intérprete del disco aquel que me habían dado en Roma era real. Tras la visita a México, dos meses después, no sólo vi que existía, sino que su calado en la sociedad mexicana era equiparable al que tuvo en la estadounidense uno de mis ídolos de juventud, Elvis Presley, de hecho la revista Amusement Business lo catalogaba como el tercer artista a nivel mundial en aforo vendido fuera de Estados Unidos y otra publicación, Performance, lo colocaba en la segunda plaza del ranking mundial de concentración de público en un auditorio. Recuerdo haber leído una nota en una revista musical, que llevé a España de regreso en aquel septiembre de 1994, en la que se decía que Luis Miguel después de 12 años de carrera había vendido ya 17 millones de discos, había logrado llenar por 16 fechas consecutivas el Auditorio Nacional de la Ciudad de México con un aforo acumulado total de 160,000 personas, lo cual entonces suponía batir su propio récord, que era el artista que más vendía en Argentina y que superaba en ganancias en millones de dólares a nombres de la talla de Michael Jackson o Julio Iglesias, y que con sus discos Aries y Romance acumulaba 55 discos de platino: ¡Impresionante!

En el segundo semestre de 1995 empecé a trabajar desde América como freelance y a publicar en prestigiosos medios españoles, siempre recordaré la portada que dio Marca a mi reportaje con Butragueño en Celaya, por el que el mismo Buitre me llamó para agradecerme, o la entrevista improvisada a Enrique Iglesias en una firma de discos en la Zona Rosa con anécdota incluida. El reportaje al hijo de Julio Iglesias, que por entonces daba sus primeros pasos, estaba como tantos otros destinado a las revistas de sociales y espectáculos españolas, la llamada prensa del corazón, en la que publiqué varios contenidos, de ahí que me interesara especialmente en el medio artístico. Me bastó un mes de trabajo en México para darme cuenta, todavía con mayor conocimiento de causa, de la dimensión del fenómeno Luis Miguel, un auténtico desconocido del gran público español en esos momentos, un personaje con fama de inaccesible, algo que comprobé rápidamente al interesarme por una entrevista a través de la agencia Consecuencias, entonces vinculada a su manejo mediático. Era un personaje del que poco se había publicado, convertido en todo un icono y leyenda de los mexicanos y el público latino en general, que disfrutaba del éxito de su disco Romances II, publicado el año anterior.

Luis Miguel era México y México era Luis Miguel, de ahí que me impactara profundamente una conversación telefónica con el dueño de Hispanews, la agencia de prensa con la que colaboraba en esos momentos en Madrid. Me aseguraba mi interlocutor que este auténtico fenómeno de masas e ídolo de todo un pueblo era en realidad español. ¿Cómo que español? Aquella afirmación despertó todos mis resortes periodísticos. Mi interlocutor no era otro que el paparazzi Tomás Montiel, al que hace años perdí la pista luego de un grave problema de salud, a quien donde quiera que esté deseo lo mejor.

Tomás, al que fascinaba la provincia de Cádiz, se hizo eco en 1994 de una presunta controversia que se originó en el cementerio de Chiclana con las cenizas de Luisito Rey, gaditano y a la sazón padre de Luis Miguel, y vendió esos reportajes a la revista Diez Minutos y más tarde a TVyNovelas. Tomás me contaba que todo el lío procedía de un tío del cantante, que no le parecía mucho de fiar, esa fue al menos la primera definición que se le vino a la mente cuando le pregunté. Decía que esa era su conclusión después de que hizo con él algunos reportajes simulados pactados, acusando y denunciando a su sobrino de mala gente y de haber abandonado las cenizas de su padre sin pagar un supuesto mausoleo. La versión de la gente de Luis Miguel era muy distinta, afirmaban que después del funeral de su padre se les dio un dinero a los tíos para que se encargaran de todo eso, pero ellos nunca lo hicieron, y acabaron acusando a la gente que manejaba a su sobrino de no cumplir su palabra, de haber abandonado las cenizas a su suerte camino de una fosa común si alguien no lo remediaba; y al chofer que Luisito tenía cuando murió, Esteban de Merlo, de quedarse con el auto, incluso insinuar que extrajeron dinero de las cuentas bancarias españolas después de la crisis de salud que acabó con sus huesos, primero en el hospital y luego en el cementerio. Esto último nunca pudieron demostrarlo, pero el escándalo estaba servido.

Después de aparecer este reportaje, y muy molesto por ver que tras la muerte del Gallego menor había al menos otro Gallego dispuesto a seguir siendo una piedra en el zapato, Luis Miguel envió a un emisario, un tal Souza, que se hizo cargo de las cenizas depositándolas en un lugar desconocido para evitar que se usaran como munición tendenciosa. También se aseguró de que el abuelo Rafael Gallego estuviera bien atendido en el apartamento de San Fernando y de que su manutención no pasara por las manos del tío, quien no dejaba de criticarlo, decía que lejos de haber cumplido con la construcción del mausoleo, lo que había hecho era secuestrar las cenizas, impidiendo a sus hermanos, es decir, sus tíos, que pudieran siquiera ir a ponerle un ramo de flores y que se cumpliera el deseo de su abuela Matilde, fallecida menos de un año después de su hijo menor, de enterrarla con la urna de Luisito a la altura de su pecho.

Yo mismo, en mi primer viaje a Cádiz, fui al cementerio de Chiclana y me identifiqué para saber del paradero de la urna, se me comunicó que el legítimo heredero, que en el papel aparecía con el nombre de Luis Miguel Gallego Basteri, no autorizaba esa información. La ocultación de las cenizas de su padre estaba más que justificada para evitar que las usaran para generar contenidos amarillistas.

Pero todavía peor, según su tío, el cantante era tan cruel que abandonó a su familia española en la miseria, para lo cual hizo un simulacro de pedir limosna en las calles de Cádiz posando para la cámara del paparazzi. Todo un montaje que, como me reconoció Montiel, no buscaba más que la comisión del dinero fácil que la venta de esos reportajes devengara en la prensa sensacionalista.

A mí todo aquello me llamó mucho la atención, ni en México ni en Miami, donde me

encontraba en ese momento, se sabía nada de lo que mi colega español me contaba. Advertí a Tomás que cuando llegara a España en diciembre para las vacaciones de Navidad quería que me facilitara todos aquellos datos para intentar elaborar por mi cuenta un reportaje para los medios latinos, incluso se hablaba también de un posible lanzamiento del cantante en España, por lo que una buena semblanza de agencia podría ser demandada por las revistas españolas.

Así fue. Días antes del 24 de diciembre de 1995, en la oficina madrileña del citado paparazzi, en la plaza de Conde de Casal, me reuní para recabar toda aquella información y preparar un viaje a Cádiz al pasar las fiestas navideñas con el objetivo de documentar y filtrar esos datos a ver qué se podía sacar en claro, pues ya estaba advertido que había mucho de montaje en torno a la figura del hermano de Luis Rey.

Examiné minuciosamente aquella información. Las acusaciones del que se hacía llamar Mario Gallego, cuyo nombre verdadero es Vicente, al que en la familia llamaban Tito, eran muy duras, y así leídas y analizadas sin la suficiente información o contexto hacían mucho daño a la imagen de Luis Miguel. Por puro instinto y después de haber escuchado a Montiel, puse en remojo todas esas denuncias y no mandé ninguna nota a México ni a Miami. Quería personalmente confrontar todo eso viajando a la vuelta de enero a la Tacita de plata, para saber si de verdad era persona tan inhumana aquel intérprete de boleros al que casi nadie conocía en mi país pero que yo hice muy popular entre un grupo de entrañables y lindas amigas en España a las que llamábamos cariñosamente el Dream Team, lo mismo que después hice con mis amigos brasileños durante mi época de residente en Londres, gracias a un CD doble titulado Romances que incluía el primer y el segundo álbum y que yo había comprado en Madrid, a finales de 1994, poco después de regresar de mi primer viaje a México.

Si no me falla la memoria, era el 10 de enero de 1996 cuando enfilé por la carretera dirección sur hacia Cádiz, en busca de la familia española de un ídolo de masas que yo siempre creí mexicano de pura cepa. Iba por un simple reportaje sin sospechar la sucesión de sorpresas informativas que me esperaban. Como si de una fila de fichas del popular juego se tratara, iría cayendo un asombro detrás de otro en efecto dominó. No lo sabía en aquel momento pero se acercaba el cumplimiento de la profecía que me hizo un amigo inolvidable, que ya descansa junto a su Cristo del Sahúco, Pedro Martínez Bravo, al que confesé un año antes mi anhelo de escribir un libro y plantar un árbol cuando dejara mi anterior trabajo en el fútbol profesional español para buscar la aventura americana. Así lo dejé para la posteridad reflejado en los agradecimientos de Luis mi rey.

2

¿Viniste a matarme?

Logré contactar vía telefónica con el tal Mario Gallego gracias a la intermediación de Tomás. En esas primeras comunicaciones telefónicas empecé a notar los primeros síntomas extravagantes en el trato con este personaje, pero en esos momentos no entendía absolutamente nada ni me explicaba a cuento de qué tanto misterio para una simple entrevista. La cita con el tío de Luis Miguel se me empezaba a hacer digna de una película de espionaje. Cada llamada me cambiaba el lugar y la hora, me pedía que lo llamara antes de llegar y una vez en Cádiz acabó cambiando nuevamente el lugar de la cita fijándolo finalmente en el Hotel Atlántico de la ciudad andaluza a las 7 de la tarde, ya noche en esa época del año. Menos mal que ya entonces manejaba el primer teléfono móvil, un pesado ladrillo de la marca NEC operado por MoviLine que nada tiene que ver con los dispositivos actuales. Aquel teléfono ni siquiera tenía identificador de llamada. En la última comunicación me dijo que no iría solo a la cita, que llegaría acompañado de una persona de confianza, a mí desde luego ni me importaba, no le vi sentido al hecho de que me lo comentara como condición necesaria. No sabía en ese momento que aquella compañía, que por cierto luego no llegó, pues se presentó solo a la cita, era para él una precaria medida de seguridad.

Nos encontramos en el lobby de recepción de este lujoso y concurrido hotel, recalco lo de concurrido porque era una de las condiciones que me había puesto, que debíamos vernos en algún sitio donde hubiera mucha gente. Me saludó con tremenda frialdad, me radiografió con la mirada denotando una desconfianza absoluta y me dijo que hasta que no llegara la persona que lo acompañaría no íbamos a hablar de nada. Mi perplejidad iba en aumento.

Una vez en la mesa, antes siquiera de empezar la plática, el mesero preguntó por lo que tomaríamos, yo pedí una infusión de menta poleo, él hizo un chiste malo, algo que con el tiempo descubrí era muy propio del carácter de los hermanos Gallego Sánchez, como parte de su repertorio de encantadores de serpientes. Para justificar su petición, dijo que no era alcohólico anónimo, que era alcohólico declarado, y que quería un whisky. Me tocó recurrir a mi vieja documentación para recordar la marca, era un JB.

Recuerdo que hablamos de cosas triviales como haciendo tiempo para que llegara quién sabe quién, pero nunca llegó. Se acabó el whisky y propuso cambiar de bar camino de lugares que él decía conocer con la condición de que yo pagara todo, porque me advirtió desde un primer momento “que no tenía ni un duro”, expresión hispana que significa no tener ni un peso. En cada bar se bebía un nuevo whisky y la ronda de bares no tardó mucho en hacer efecto en su locuacidad. Ahí comenzó a despellejar, verbalmente hablando, a su sobrino. Vocablos irreproducibles y acusaciones que a mí seguían sin cuadrarme, pues implicaban reconocer una crueldad y un mal corazón gratuitos, un riesgo a un escándalo que podría dañar su carrera y un sinfín de cosas sin sentido común alguno. El resentimiento que se desprendía de los ojos de ese hombre era descomunal y yo no hacía más que preguntarme, ¿qué estaba pasando? ¿Realmente podría ser que ese cantante de masas fuera el monstruo que su tío me estaba describiendo?

La cosa me descolocó más cuando, ya visiblemente afectado por la ingesta de alcohol y con los ojos aguados, me espetó una frase que contradecía todo lo que había dicho anteriormente: “Luis Miguel nunca tuvo culpa de nada, él es inocente, siempre tuvo razón.” ¿Razón de qué? ¿Inocente de qué?, pregunté, pero ahí se atascaba al tiempo que sus ojos se encharcaban más entre trago y trago hasta que llegó la frase que me dejó completamente atónito. Me miró a los ojos con cara de resignación y, visiblemente embriagado, me soltó: “¿Tú viniste a matarme verdad? Entonces no perdamos más el tiempo.”

Imagino que, probablemente al ver mi cara de asombro, se tranquilizó lo suficiente al menos como para no temer más por su integridad física, pero yo no daba crédito. ¿Matarlo? ¿Por qué temía este señor que alguien pudiera ir a matarlo? Ahí empecé a atar cabos respecto a las extravagantes medidas que había tomado para la entrevista pero mi curiosidad periodística se disparó. ¿Sería el whisky?, me pregunté toda la noche, ya que poco después nos separamos, él camino a su casa y yo a mi hotel, citándonos para el día siguiente. Aquello se quedó rondando en mi mente y pasarían varios meses hasta que, conforme avancé en la investigación, entendí que aquella anécdota no había sido fruto del alcohol.

Durante los dos días siguientes me dediqué a hacer mis entrevistas con él mismo, con su esposa Rosa, con su padre y abuelo de Luis Miguel, Rafael; conocí a sus hijos e intenté entrevistar a su hermano, el otro tío del cantante, José Manuel Gallego, más conocido como Pepe, para lo cual me desplacé a comer a su casa en la localidad sevillana de Osuna. Por aquel entonces colaboraba en una emisora de la cadena Cope, si no recuerdo mal en la vecina Estepa, donde hacía valer sus conocimientos como chef dando consejos de cocina. En México contaba que era chef y fuera del país escuché testimonios de que Luisito decía que había sido policía en México. José Manuel decía estar delicado del corazón, no quiso que encendiera mi grabadora, nada de entrevistas, ninguna frase comprometedora. Vi en él un perfil distinto al del hermano, frío, calculador, pero eso sí, sin dejar el gracejo andaluz con los chistes fáciles y las frases evasivas que formaron parte del repertorio embaucador con el que fueron seduciendo a tantas y tantas personas en distintos países de América Latina, que meses más tarde me iban a revelar el auténtico talante de los hermanos Gallego.

Me dejó claro que no quería saber nada de Luis Miguel, ni para bien ni para mal y, más sutilmente que Mario, también dejó entrever que el sobrino era un malvado que se había desentendido completamente de su familia española. Estas mismas palabras las encontré en una carta en internet atribuida a su esposa Elizabeth, fechada el 4 de mayo de 2012. Recriminaba al cantante que “después de tanto como hizo por su sobrino, lo llevó al éxito de su carrera y luego no fue agradecido”.

Recalcó varias veces que no daría jamás ninguna entrevista, y con el paso del tiempo entendí perfectamente por qué deseaba mantener un perfil bajo, ya que algunas fuentes muy fiables lo apuntaban a él como autor intelectual de muchas de las tropelías de los Gallego, así como el enlace necesario y oportuno con siniestros personajes que contribuyeron mucho en su día a la subsistencia del clan en tierras americanas. Mucho es lo que tenía que callar y poco lo que ganaría tentando a la suerte hablando con periodistas.

Tal vez el paso de los años fue atenuando su miedo y su rechazo a la exposición pública, probablemente dedujo que después de tanto tiempo poco había ya que temer, de otro modo no se entiende la entrevista, obviamente previo pago de unos buenos euros, que concedió en 2010 al programa de TV ¿Dónde estás corazón?

En mitad de la tormenta de asombro con la que volví de Cádiz hubo sitio para un último episodio. Hablando por teléfono con la agencia advertí que había un gato encerrado incapaz de descifrar y que teníamos que lograr como fuera confrontar todo eso con el propio Luis Miguel. Antes de regresar a Madrid, donde tenía una nueva cita en Hispanews para valorar qué hacer con todo ese material periodístico, Mario Gallego, que no sabía qué más inventar ni qué más hacer para conseguir dinero fácil, me comentó que tenía en mente escribir un libro sobre su sobrino pero que ninguna editorial le aceptaba el proyecto, cosa lógica, y por lo cual había contactado con un empresario vasco afincado en Sevilla que pretendía fundar una editorial pequeña, con quien él creía tener el suficiente poder de convicción para sacar adelante su proyecto. Y sí, era cierto que esa naciente empresa barajaba publicar este libro, incluso también proyectaba, si no mal recuerdo, la publicación de una novela de la duquesa de Medina Sidonia.

Me contactó con estas personas con el fin de que yo pudiera ayudarle en ese objetivo, en un principio acepté y llegamos a un acuerdo previo, pero cuando puse como condición que su papel en el libro sería el de una mera fuente y que yo investigaría por mi cuenta se negó rotundamente. Visto lo cual, en una posterior reunión en Sevilla con el empresario fui muy contundente y tajante, le dije que no secundaría una obra al dictado de este señor, cuya energía negativa era perceptible por cualquier ser humano mínimamente honesto sin necesidad de mayores pesquisas. Le dejé muy claro que le desaconsejaba por puro instinto periodístico la publicación de cualquier relato personal de Mario Gallego, pues estaría lleno de sesgo y se expondría además a una demanda por difamación de Luis Miguel, muy posiblemente más que justificada, si todas las barbaridades que yo había escuchado se ponían en negro sobre blanco.

La decisión del dueño de la editorial fue apostar por una investigación para hacer una semblanza periodística rigurosa y desmarcarse de Mario Gallego, decisión en la que influyeron también unas pesquisas que él mismo hizo por su cuenta con conocidos suyos de Cádiz, quienes le contaron de las andanzas y el perfil del tío de Luis Miguel, incluidos algunos episodios truculentos relacionados con el alcohol y las drogas que no puedo reproducir por carecer de pruebas. Lo que está claro es que Tomás Montiel llevaba toda la razón del mundo, Mario Gallego no era de fiar, yo tendría ocasión de comprobarlo mucho después.

Y acepté el reto. Era enero de 1996. Pospuse mi regreso a Miami para meterme de lleno en este trabajo. No habría ningún adelanto de dinero pero me garantizaba la cobertura de los gastos de todo el trabajo de campo y una participación en la editorial. La idea era que esa semblanza se convirtier …

Javier León Herrera. Foto: Facebook

Javier León Herrera, autor y periodista español afincado actualmente en Colombia, con una larga trayectoria en medios escritos, agencias, radio y televisión, con cargos de responsabilidad. Tiene 11 libros publicados, entre ellos: Luis mi rey (bestseller publicado en 1997); El consentido de Dios (biografía autorizada de Andrés García); Sufre mamónLa banda sonora de nuestra juventud (biografía autorizada de Hombres G); El Tigre de Dios(biografia del futbolista internacional colombiano Radamel Falcao); la novela, basada en hechos reales y bestseller en Colombia, La bella y el narco; y el más reciente, Adiós Eterno, en coautoría con el periodista mexicano Juan Manuel Navarro, sobre los últimos días del Divo de Juárez; estos tres últimos publicados también por Penguin Random House bajo el sello Aguilar.

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